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Bajo la sombra del volcán
Ignacio Dobrée
2020
Este trabajo plantea algunas reflexiones en torno al cine de catástrofes a partir del análisis de un conjunto de películas que tienen como rasgo común contener un acontecimiento catastrófico natural como eje articulador de su trama. El recorrido incluye un repaso por el concepto de géneros cinematográficos, las condiciones de aparición del género de acción-aventuras y su vínculo con las formas de entretenimiento popular del cine de los inicios y una caracterización del subgénero de cine de catástrofes.
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La leyenda del Volcán
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Bajo el volcán : la novela como delirium tremens
Vladimiro Rivas Iturralde
1998
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Jugando Bajo el mezquite
Analéctica. Revista y Casa Editorial
Analéctica, 2021
La inquietud que guía este trabajo es conocer cómo los procesos cognitivos son constituidos y qué nos pueden decir acerca de las relaciones en que surgen: qué significa ser niño de una cultura, cómo se construye el conocimiento de los niños en un medio y contexto específico. Partiendo del supuesto de que la construcción del conocimiento que tienen las niñas y niños del Mezquital está íntimamente vinculada con el medio ecológico, social y cultural que les rodea, y de que niños y niñas construyen su conocimiento y sus múltiples referentes culturales a través de las actividades que realizan cotidianamente al interior de la unidad doméstica. El objetivo de la investigación es conocer el bagaje de conocimientos y habilidades que construyen y desarrollan los niños y niñas de entre 6 y 13 años, que viven en el ejido El Mezquital de Bocas, San Luis Potosí, S. L. P., a través de las actividades que realizan cotidianamente y saber a través de qué se determina la conformación del ser niño o niña en esta comunidad del desierto potosino.
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El amante del volcán
Olaya Sanfuentes
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Bajo La Lluvia
zagleira castillo martinez
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Sobre un volcán
Graciela Lechuga
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El Fiord Osvaldo Lamborghini
Ángela Martin Laiton
¿Y por qué, si a fin de cuentas la criatura resultó tan miserable-en lo que hace al tamaño, entendámonos-ella profería semejantes alaridos, arrancándose los pelos a manotazos y abalanzando ferozmente las nalgas contra el atigrado colchón? Arremetía, descansaba; abría las piernas y la raya vaginal se le dilataba en círculo permitiendo ver la afloración de un huevo bastante puntiagudo, que era la cabeza del chico. Después de cada pujo parecía que la cabeza iba a salir: amenazaba, pero no salía; volvíase en rápido retroceso de fusil, lo cual para la parturienta significaba la renovación centuplicada de todo su dolor. Entonces, El Loco Rodríguez, desnudo, con el látigo que daba pavor arrollado a la cintura-El Loco Rodríguez, padre del engendro remolón, aclaremos-, plantaba sus codos en el vientre de la mujer y hacía fuerza y más fuerza. Sin embargo, Carla Greta Terón no paría. Y era evidente que cada vez que el engendro practicaba su ágil retroceso, laceraba-en fin-la dulce entraña maternal, la dulce tripa que lo contenía, que no lo podía vomitar. Se producía una nueva laceración en su baúl ventral e instantáneamente Carla Greta Terón dejaba escapar un grito horrible que hacía rechinar los flejes de la cama. El Loco Rodríguez aprovechaba la oportunidad para machacarle la boca con un puño de hierro. Así, reventábale los labios, quebrábale los dientes; éstos, perlados de sangre, yacían en gran número alrededor de la cabecera del lecho. Preso de la ira, al Loco se le combaban los bíceps, y sus ya de por sí enormes testículos agigantábanse aun más. Las venas del cuello, también, se le hinchaban y retorcían: parecían raíces de añosos árboles; un sudor espeso le bañaba las espaldas; las uñas de los pies le sangraban de tanto querer hincarse en las baldosas del piso. Todo su cuerpo magnífico brillaba, empapado. Un brillo de fraude y neón. Hizo restallar el látigo, El Loco en varias ocasiones; empero, los gritos de Carla Greta Terón no cesaban; peor aún: tornábanse desafiantes, cobraban un no sé qué provocador. La pastosa sangre continuábale manándole de la boca y de la raya vaginal; defecaba, además, sin cesar todo el tiempo. Tratábase-confesémoslo-de una caca demasiado aguachenta, que llegaba, incluso, a amarronarle los cabellos. El Loco, en virtud de ser él quien la había preñado, cumplía la labor humanitaria de desagotar la catrera: manejaba la pala como hábil fogonero y a la mierda la tiraba al fuego. Vino otro pujo. El Loco le bordó el cuerpo a trallazos (y dale dale dale). Le pegó también latigazos en los ojos como se estila con los caballos malleros. El huevo bastante puntiagudo, entonces, afloró un poco más, estuvo a punto de pasar a la emergencia definitiva y total. Pero no. Retrocedió, ágil, lacerante, antihigiénico. Desesperadamente El Loco se le subió encima a la Carla Greta Terón. Vimos cómo él se sobaba el pito sin disimulo, asumiendo su acto ante los otros. El pito se fue irguiendo con lentitud; su parte inferior se puso tensa, dura, maciza, hasta cobrar la exacta forma del asta de un buey. Y arrasando entró en la sangrante vagina. Carla Greta Terón relinchó una vez más: quizás pretendía desgarrarnos. Empero, ya no tenía escapatoria, ni la más mínima posibilidad de escapatoria: El Loco ya la cojía a su manera,
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